jueves, 11 de marzo de 2010

Nachos

Qué puedo decirles yo de los nachos con queso. Son deliciosos, suculentos, antojables, especiales, orgásmicos. Son una recompensa que de vez en cuando me doy al terminar el día. Para mí es todo un ritual el comer nachos. Primero que nada, tienen que estar bien servidos, con una cantidad masiva de queso derretido y el número exacto de chiles para que alcance a alternar entre un nacho con chile y uno sin chile mientras me los estoy comiendo. Y no puede faltar acompañando a los nachos un vaso bien frío de Coca-Cola.

Se preguntarán cuál es la historia o el motivo que genera mi fuerte gusto por los nachos. Esta vez los defraudaré. Creo que es una cosa de nacimiento.

Comer nachos y degustarlos debidamente es de las cosas que más me hacen disfrutar del tiempo. Es toda una experiencia y un arte. Tomar el primer nacho, ese que está cubierto totalmente de queso, elevarlo y darle una mordida. Luego tomar el segundo, el que tiene el chile jalapeño encima. Sentir el jugo del jalapeño al mismo tiempo que el queso es una sensación de sabor inigualable para mí. Oír el crujido de las mordidas cada que tomas un nuevo nacho es como escuchar los pasos de los ángeles en el cielo. Ese sabor saladito, rico, simplemente me vuelve loco. Un trago de Coca-Cola para limpiar el esófago y a seguirle hasta terminármelos.

En la cíber plaza, en la dulcería del cine, en casa de mi tía. No importa el lugar, los puedo comer donde sea.

sábado, 6 de marzo de 2010

Queso!


Desde que soy pequeño me encanta el queso. Gran parte de la culpa de esto es de mi abuelo paterno, Juan. Siempre que mis papás y yo íbamos a visitarlo tenía una bandeja con cubitos de queso gouda y un chorrito de salsa Maggi a un lado. Anhelo mucho esos recuerdos. Aquellas visitas en fin de semana a su edificio. Él vivía en el tercer piso.

Tenía un elevador y siempre me emocionaba por apretar el botón para abrir las puertas. A veces las reuniones eran en la cantina de madera que tenía junto al comedor, a veces eran en la azotea al lado del penthouse. También a veces sólo íbamos nosotros y a veces iban todos mis tíos y primos. Comíamos cosas deliciosas como carnitas, chicharrones, tostadas de cueritos y otras tantas cosas, pero eso sí nunca podía faltar el queso. Yo tomaba Coca mientras los demás bebían ron, whisky o brandy. Mi abuelo tenía un gusto muy fino para los vinos.

En el tercer piso, mi abuelo tenía un cuarto especial lleno con juguetes. Había castillos, figuras de acción, carros, naves, una infinidad de cosas. Además coleccionaba modelos de barcos y algunas piezas de escultura, las cuales tenía en la sala. También había un teclado que siempre me gustaba tocar. Nunca aprendí música formalmente, me hubiera gustado hacerlo ya que considero que tengo un buen oído y me gusta componer. La tarde se terminaba y aquellos sábados de diversión llegaban a su fin. Nos despedíamos, bajábamos el elevador y nos despedíamos por última vez desde abajo, saludando a lo lejos desde abajo. Estas visitas son de los recuerdos que más caracterizan mi infancia.

No conviví mucho tiempo con mi abuelo Juan pues pasaba más tiempo en casa de mi abuela materna. Él murió el año pasado, en el mes de mayo. A veces aun cuando lo recuerdo me llega un poco de nostalgia porque, a pesar de que no lo conocí perfectamente, lo quise mucho. Me hubiera gustado conocerlo un poco más, tuvo una vida muy interesante. Supongo que habrá mucho tiempo para conocerlo después, cuando lo alcance en el lugar al que haya ido.