Qué puedo decirles yo de los nachos con queso. Son deliciosos, suculentos, antojables, especiales, orgásmicos. Son una recompensa que de vez en cuando me doy al terminar el día. Para mí es todo un ritual el comer nachos. Primero que nada, tienen que estar bien servidos, con una cantidad masiva de queso derretido y el número exacto de chiles para que alcance a alternar entre un nacho con chile y uno sin chile mientras me los estoy comiendo. Y no puede faltar acompañando a los nachos un vaso bien frío de Coca-Cola.
Se preguntarán cuál es la historia o el motivo que genera mi fuerte gusto por los nachos. Esta vez los defraudaré. Creo que es una cosa de nacimiento.
Comer nachos y degustarlos debidamente es de las cosas que más me hacen disfrutar del tiempo. Es toda una experiencia y un arte. Tomar el primer nacho, ese que está cubierto totalmente de queso, elevarlo y darle una mordida. Luego tomar el segundo, el que tiene el chile jalapeño encima. Sentir el jugo del jalapeño al mismo tiempo que el queso es una sensación de sabor inigualable para mí. Oír el crujido de las mordidas cada que tomas un nuevo nacho es como escuchar los pasos de los ángeles en el cielo. Ese sabor saladito, rico, simplemente me vuelve loco. Un trago de Coca-Cola para limpiar el esófago y a seguirle hasta terminármelos.
En la cíber plaza, en la dulcería del cine, en casa de mi tía. No importa el lugar, los puedo comer donde sea.
Hace 13 años
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