No hay cosa que me ponga más de malas que ir a un lugar nuevo, totalmente desconocido para mí, y no saber qué procedimiento seguir o cómo comportarme. Pero más que odiar eso, odio el hecho de verme como principiante o nuevo cuando llego y que la gente que está en ese lugar se dé cuenta de esto. Odio tanto esa sensación que a veces para evitarla pretendo como que ya había estado en ese lugar antes. Hago un estudio del espacio rápidamente con mis ojos y trato de identificar cosas como dónde está el baño, si se pide la cuenta en la mesa o se paga en caja, cosas de ese estilo. Incluso a veces busco por internet para saber cómo es el lugar y cómo se llega rápidamente. También identifico rápidamente quién me va a atender, para no tener que estar preguntando por todas partes. No me gusta preguntar por indicaciones, simplemente no me gusta.
Y no es que no me guste conocer lugares nuevos. Me encanta visitar cafés, bares y restaurantes a los que no había ido antes y que me han recomendado. También a veces necesito acudir a tiendas a comprar material que necesito. El hecho de conocer esos nuevos lugares no me desagrada. Lo que no puedo soportar es verme como un amateur frente a la gente en el establecimiento. Es muy curioso pero, por una razón u otra, nunca me ha gustado esa sensación.
Y no hablemos de cuando voy con mis papás a un lugar nuevo, donde hacen aún más obvio el hecho de que no habían estado ahí. Recuerdo mucho una vez que llegamos al hotel en la playa, el mismo del texto anterior, y mi papá estaba preguntando demasiadas cosas. Me dieron ganas de huir al cuarto y que se quedara ahí, viéndose como si nunca se hubiera registrado en un hotel.
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