Muchas veces, a lo largo de nuestra vida, vivimos acciones o experimentamos sensaciones que, de una manera u otra, nos brindan un poco de alegría, porque sabemos que son cosas muy nuestras. Puede que estemos a la espera de ellas diariamente, o que nosotros mismos tengamos la responsabilidad de que sucedan, pero nadie puede negar que disfruta de vivir cosas que para algunos puedan ser insignificantes pero que, para uno mismo son la más clara definición de alegría.
Un claro ejemplo que me viene a la mente para ejemplificar uno de mis casos son las paletas de grosella de aquella tienda por casa de mi abuelita. Tan sólo imaginen. Es domingo y la familia de mi papá está reunida. Mis primos grandes han venido desde el Distrito Federal y San Luis Potosí. Mi tía está con su novio italiano y mi otra tía con su marido mexicano de padres holandeses. Mi papá apenas viene a sentarse a la mesa y su plato ya no está caliente. Tampoco esta frío ni a buena temperatura, pero a él así le gusta comer. A algunos metros se escuchan las risas de mis primos chicos y mis hermanos, gemelos de 12 años. La conversación en la mesa es sobre viejos recuerdos de cuando mi papá y mis tíos eran jóvenes. Hablan sobre las experiencias tan chuscas y divertidas que les tocó vivir en compañía de mis abuelos, cuando todavía vivían. Todos ríen y comparten sus puntos de vista. Pasan una o dos horas y empieza a llegar la hora de partir. En este momento, cuando todavía nadie sale de la casa pero están a punto de hacerlo, cuando los niños aún están jugando sin saber que pronto terminará su diversión e irán a sus casas a prepararse para mañana, es cuando decido tomarme un momento para mí mismo.
Papá, ya vengo. Le aviso que saldré pero no le digo a donde voy. Es mi momento, mi pequeño momento, que puede parecer muy insignificante, pero que satisfacción me da. Salgo de la casa de mi abuelita, allá en el centro de Celaya, y me dirijo a la paletería. Siento el aire sobre mi cara, respiro y simplemente me siento vivo. Amo el momento, amo aquella calle solitaria, el clima perfecto. Llego a la esquina. No hay gente comprando en la tienda. Una paleta de grosella, por favor. Se me hace agua la boca. Por un momento me detengo, Mejor que sean tres. Una para Alan, una para André. Si tan sólo todos los domingos pudieran ser así. Seis de la tarde, día nublado. Comprando paletas de grosella. Si tan sólo fuera así de simple.
No hay comentarios:
Publicar un comentario