miércoles, 3 de febrero de 2010

Música/Madrugada/Playa

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Fue hace poco más de medio año que descubrí una de las cosas que más tranquilidad y paz me han dado. Era el mes de julio y estaba a punto de partir a Ixtapa con mi papá y mis hermanos. Como podrán imaginarse, el viaje fue muy tedioso y cansado, ya sea por el calor o las discusiones sin sentido a lo largo del camino. Llegamos al hotel y lo único que hacíamos era andar a las prisas para aprovechar el día y no perder tiempo. Si aprovechar el día significa andar todo el tiempo enojados y discutiendo, pues empezamos aprovechando muy bien el viaje. En fin, la convivencia entre mis hermanos y mi papá pues nunca ha sido del todo muy buena. Pero cuando se dan esos momentos en los que todos estamos en paz, y simplemente disfrutamos de la compañía y presencia de los cuatro, es algo que realmente atesoro. Y fue así que, en uno de esos días en la playa, los cuatro pudimos convivir armónicamente y al final del día me sentí muy bien. Pero aún sentí me faltaba algo.

Decidí salir del cuarto en la madrugada, casi instintivamente. Era aproximadamente la una de la mañana. No me lleve nada más que mi Ipod, mi pijama y mis sandalias. Bajé con toda la tranquilidad del mundo hasta la playa, como si tuviera una esfera que me protegiera de los demás. Algunas personas llegaban a sus cuartos, otras aún seguían de fiesta. Atravesé las albercas y llegué a la arena, a buscar un camastro donde pudiera simplemente estar conmigo mismo. El mar estaba tranquilo, la noche no era fría ni fresca. En mi iPod reproduciéndose se encontraban Beethoven, Mozart y la música de Las Horas, compuesta por Phillip Glass. Y ahí estaba yo, recostado en un camastro, escuchando composiciones clásicas hermosas con el fondo de las olas, con mi mirada perdida en la oscuridad y la inmensidad del mar. Pasé cerca de hora y media ahí, simplemente deleitando mis sentidos; derramando algunas lágrimas por sentimientos evocados en las melodías, y por la belleza en si de las mismas, y también por la experiencia tan abrumadora pero que hizo sentir tan vivo.

Muchas veces me llego a preguntar de qué vale la pena vivir. Dios me dio una respuesta ese día. Escuchando música por la madrugada en la playa.

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