Así como existen cosas en la vida que te llenan de felicidad y te hacen sentir bien, también las hay aquellas que con tan sólo mencionarlas te amargan el día, ya sea porque tuviste una mala experiencia o porque simplemente no son de tu agrado ni van contigo.
Por el título del texto me imagino que ya se dieron una idea de qué tratará esto. Así es, lo confieso, odio a mas no poder los carritos chocones Siempre que voy a la feria es lo mismo. He ahí yo, caminando muy contento entre puestos de comida y frituras, feliz de la vida con un algodón de azúcar. Niños jugando con aros y pistolas, corriendo unos tras otros. Al fin llegamos al área de juegos y todo se ve muy bien. Pero de repente, a unos cuantos metros, escucho el sonido de metal arrastrándose. El choque de los fierros me da escalofríos. Mis hermanos, gracias a Dios, rara vez les dan ganas de subirse pero cuando eso pasa, yo siempre me abstengo. Pero este desagrado, como la mayoría de las cosas, tiene su explicación debido a una experiencia en el pasado.
Mis recuerdos de mis primeros años son muy vagos, pero las pocas cosas que recuerdo son las que me han marcado y de alguna forma construido parte de mi personalidad. Esta historia en particular se dio cuando yo tenía entre tres y cuatro años. Había ido a la feria con mis tías y también iban mis primos que son diez y doce años mayores que yo. Quisieron subirse a los famosos carritos chocones y pensaron que era buena idea subirme a mí también para que viviera una nueva experiencia. Fue tan no grata la experiencia que en mi vida volveré a subirme a esas cosas. Salí sangrando de la nariz y llorando. Sé que suena un poco ridículo o inclusive extremista, pero creo que en ese momento mi mente tomó la decisión de nunca volver a dejar que mi cuerpo abordara una de esas pequeñas simulaciones de carro con el único motivo de manejarlas torpemente para chocar.
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